Por Danny Burns, EMT
Era un caluroso día de verano en la isla Catalina en California y también el primer día de buceo de mis estudiantes de open-water. El día comenzó igual que siempre pero estaba a punto de cambiar.
Como paramédico (EMT, o técnico en urgencias médicas por sus siglas en ingles) en el sur de California, constantemente me enfrento a situaciones que cambian rápidamente, las cuales son parte del cuidado del enfermo y del herido. Antes de convertirme en paramédico, ya era Instructor DAN®, y fue gracias a mi entrenamiento de DAN de aquel día soleado lo que me impulsó a involucrarme en ser parte del servicio médico de emergencias.
Mi asistente y yo habíamos terminado de agrupar a nuestros ocho estudiantes equipados y listos para bucear. Mientras nos acercábamos al punto de entrada, broméabamos acerca de cómo nuestros trajes secos se convertían en trajes húmedos gracias a la abundante transpiración del caluroso sol de California. La escalera de entrada al agua estaba completamente abarrotada, por lo que tomamos lugar en la fila; debe haber habido cerca de cien buceadores en el lugar y todavía no eran las 9 de la mañana!
De repente, una voz frenética gritaba: "¡Llamen al 911! ¡Llamen al 911!". Lo primero que pensé, fue que era un simulacro de rutina de una clase de rescate y que un estudiante estaba sobreactuando su papel. La misma voz penetrante continuaba gritando: "¡Llamen al 911!" Comencé a tener la sensación de que algo realmente no estaba bien. Ninguna persona en la escalera de descenso se movía; tan sólo miraban perplejos hacia el agua. Me acerqué a la salida lateral de la escalera para ver que estaba sucediendo y de repente el tiempo se detuvo. Un hombre en la base de la escalera estaba pidiendo ayuda a gritos, mientras trataba de sostener a un buceador totalmente inconsciente en aguas poco profundas. La gravedad de la situación me golpeó inmediatamente, y el entrenamiento de DAN me puso a toda marcha.
Envié a mis alumnos al área de preparación, me quité el equipo y bajé por las escaleras. Cuando estaba acercándome al buceador, noté dos cosas de inmediato: estaba cianótico (coloración azulada) y todavía llevaba puesto su cinturón de lastre. Rápidamente arroje sus pesas al agua e intenté sacarlo del agua sin éxito.
El buceador era un hombre de buen tamaño, considerablemente más pesado y más alto que yo. De inmediato, dos personas llegaron para ayudarme. Pero se necesitó de cuatro individuos, uno en cada extremidad, para poder subirlo por la escalera. Una vez que llegamos arriba, mi mente se puso en blanco. Parecieron varios minutos, pero en realidad fueron sólo segundos hasta que mi entrenamiento tomó el control. Pedí una máscara de bolsillo y empecé a asistir a otra persona para quitarle traje de buceo al paciente. Una vez que le sacamos el traje y la capucha, controlamos y confirmamos que ni respiraba ni tenía pulso. Inmediatamente empezamos a practicarle RCP en modalidad de dos socorristas, y viví en carne propia lo que le estuve enseñando a mis estudiantes por años: uno realmente siente que le causa daño a la víctima. Sentir los crujidos y crepitantes con cada compresión es realmente una sensación aterradora.
Estuvimos trabajando sobre al buceador inconsciente lo que pareció ser una eternidad, pero en realidad sólo habían pasado de tres a cinco minutos. Cuando los paramédicos llegaron a la escena, fui relevado por un miembro de la patrulla del puerto. Cuando me hice atrás y dejé lugar para que los paramédicos pudiesen trabajar, me di cuenta de la gravedad de la situación. Hasta ese momento había estado tan focalizado en atender a la víctima que no había registrado lo que pasaba alrededor mío.
Mi respiración era profunda y rápida, mis manos temblaban y lo único que podía escuchar era el diálogo entre los paramédicos. Me apoyé en la pared perplejo, mirando como trabajaban los profesionales.
Finalmente me paré, tomé todo mi equipo y volví con mis estudiantes que esperaban por mí y que no tenían idea de lo que había sucedido ya que mi asistente los había llevado lejos de la escena.
Cuando dejé mi equipo, note que los paramédicos estaban subiendo al buceador a la ambulancia, por lo que me acerqué y pregunté por su evolución. Me dijeron que ya había recuperado el pulso y estaba respirando. En ese momento empecé a revivir toda la situación, desde el principio hasta el final en alta velocidad. Cada detalle, cada compresión en el pecho, y por sobre todo la expresión sin vida de ese hombre, recorrieron mi mente.
Por alguna extraña razón lágrimas comenzaron a caer por mi rostro. Puede que haya sido una descarga de energía o una combinación de adrenalina de saber que ahora, ese hombre tenía una chance de sobrevivir.
No volví a ver al buceador, pero al día siguiente un oficial de policía me dijo: "El hombre se fue de aquí hablando y riendo." Esta fue una gran noticia, por supuesto, pero algunas cosas las reconozco como extrañas.
Estoy convencido que este hombre sobrevivió gracias al buen entrenamiento y rápida acción de los presentes, de las excelentes habilidades del Departamento de Bomberos del Condado de Los Angeles y, por supuesto, su deseo de vivir.
Desde mi primer curso de entrenamiento DAN me sentí seguro de las habilidades que adquirí. Continué agregando más certificaciones en mi haber, lo que hizo que me sintiera más y mejor preparado para un evento como éste.
Como Instructor DAN, disfruto educando y transmitiendo conocimientos de las habilidades que he aprendido para salvar vidas. Varias veces me encontré utilizando este incidente como ejemplo para ilustrar la importancia del entrenamiento de primeros auxilios, tanto a estudiantes como amigos y familiares. Sucedió aquel día en el agua en Catalina, pero tranquilamente podría suceder mañana mismo en un pasillo de un supermercado.
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© Alert Diver — 4to Trimestre 2012
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lunes, 1 de julio de 2013
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